El Camino nació cuando se encontró el Sepulcro del Apóstol, durante el reinado de Alfonso II y mantuvo el esplendor hasta el s. XVIII cuando perdió importancia.
Los peregrinos gozaban de protección en los reinos por los que pasaban, y eran acogidos en los monasterios y hospitales fundados a lo largo del camino por diversas órdenes religiosas para asistir y curar a los peregrinos en aquello que pudieran necesitar.
Se cree que la actual Francia era atravesada por cinco rutas hacia la península Ibérica: una llegaba a Somport y las demás a Roncesvalles. Todas ellas se unían en Puente la Reina, y desde allí se dirigían por Logroño, Santo Domingo de la Calzada, Nájera, Burgos, Sahagún, León, Astorga y Ponferrada, como ciudades principales, a Santiago de Compostela donde los peregrinos, después de cumplir con las ceremonias rituales en la catedral de Santiago de Compostela, recibían un documento, llamado «compostelana», que acreditaba su peregrinación.
La importancia del camino de Santiago fue decisiva tanto en sentido económico, como cultural y artístico. En este último sentido, dió lugar a la creación de un tipo determinado de iglesia (la iglesia de peregrinación) y a la construcción de numerosos edificios religiosos, incluida la catedral de Santiago de Compostela. A través de él se difundieron, además, los capiteles historiados, decoración típica del románico que creó escuela.
En la actualidad siguen afluyendo cientos y cientos de peregrinos que utilizando muy diversos medios: a pie, en bici, a caballo, etc. llegan cada día a Santiago de Compostela, con la intención, unos de orar y otros con fines deportivos, promesas personales, etc.
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